viernes, 30 de diciembre de 2011

Iconos, despidos y anchuras de Castilla

Los limpiaparabrisas del coche no daban abasto para limpiar los churretes negros en que iba sedimentando la niebla meona –enriquecida con los tubos de escape de unos coches que todavía no habían oído hablar de la gasolina sin plomo- asentada en Valladolid durante cinco días. Escrutando el breve tramo de carretera al que llegaba mi vista, logré plantarme en el trabajo dispuesta a ser feliz con la luz de los tubos de neón de la oficina, que era lo más radiante y abierto que podía atisbar durante la jornada.

Pero incluso las expectativas más humildes pueden ser frustradas por una frase amable como la que pronunció mi compañera Carmelina en esa mañana del 2 de diciembre de 1983: "Es verdad, qué niebla, parece Navidad". Y yo, mientras me hundía en la miseria y el desconsuelo, me pregunté anonadada: ¿esto entenderán aquí por Navidad?

Durante unos días, ese desaliento me llevó a fijar una atención morbosa solo en las zonas oscuras y grises de Valladolid: en las calles estrechas con edificios altos y aceras mínimas de asfalto abollado; en las plantas bajas destinadas a viviendas, con las persianas siempre medio echadas para proteger una triste intimidad acosada por la contaminación y el robo, sin un comercio iluminado que amenizase la manzana; en el parque de la Plaza Circular, isla de arena sucia acotada por árboles ennegrecidos adonde los niños debían llegar arriesgando su vida entre las ruedas de un tráfico enloquecido; o una iglesia de La Antigua que luchaba por ocultar su belleza entre la tizne del exterior, la lobreguez del interior y un amasijo de casas que la sitiaban para impedir el recreo de la mirada en su perspectiva.

Valladolid resucitado

Hoy, casi treinta años después, y con otras tantas navidades de niebla o de cielo azul disfrutadas en Pucela, me gusta pedalear cada día por una avenida de Salamanca humanizada desde el puente de Hispanoamérica hasta el de la condesa Doña Eylo gracias a edificios como el Museo de la Ciencia, el Monasterio de Nuestra Señora del Prado o el de las Cortes de Castilla y León –cuya plaza dirige la vista hacia el auditorio Miguel Delibes-, y gracias también a los jardines, árboles y setos que bordean aceras transformadas sobre las que se puede andar, deslizar un cochecito de niño o empujar sin sobresaltos una silla de ruedas.

Torre del Museo de la Ciencia

Monasterio de Nuestra Señora del Prado. Foto: José María Monfá

Cortes de Castilla y León. Foto: José María Monfá

Pero no solo en los ensanches o en los amables pespuntes con los que se han cosido el Pisuerga y el Esgueva –antes ignorados o convertidos en cloacas- al tejido urbano puede comprobarse la transformación de la ciudad en otra más moderna, abierta y luminosa. Ahora mismo, mientras termino en la plaza de Santa Ana el recorrido por varios edificios del entorno de la Plaza Mayor resucitados del coma urbanístico, veo a unos cuantos ejecutivos que pasan del bar del aperitivo al restaurante de la comida de empresa, y me doy cuenta de que hasta los pijos de Pucela son ahora de la versión fashion, mientras que entonces parecían ricos rancios –unos de rancio abolengo y otros de rancia polilla-.

¿Palacio de Congresos?

Todos estos recuerdos y observaciones han tenido como origen las declaraciones de Manuel Soler sobre el Palacio de Congresos, los edificios icónicos, la biotecnología y la reforma laboral, o, por ser más claros, la exigencia de abaratamiento del despido.

Pienso que no ha sido tanto la letra como la música de su intervención lo que me ha puesto ante los ojos el contraste entre el Valladolid de 1980 y el de ahora. Porque ya sabemos todos –no hace falta que nadie nos lo cuente en una rueda de prensa disfrazada de desayuno con empacho de logotipos en inmenso retablo- que, tras habernos comportado con un despilfarro propio de nuevos ricos, ahora nos toca apretarnos el cinturón (casualidad que sea a los de siempre). Pero ha sido el énfasis en lo de "dar carpetazo" a los grandes inmuebles, a las inversiones públicas y a las subvenciones para crear empleo -mucho mejor me parece ayudar a dar trabajo que subvencionar al parado las pastillas para su depresión-, y en decretar la defunción ("ha pasado a mejor vida") de la época de los edificios icónicos, lo que me ha hecho levantarme de mi asiento para buscar el libro en el que leí que la calle Veinte Metros, en lugar de su angostura actual, fue planificada como una gran avenida, de veinte metros de ancha, para conectar la plaza Circular con la cerámica Silió, uno de los iconos de la industria vallisoletana de comienzos del siglo XX.

Foto panorámica del centro de Valladolid en artículo de Wikipedia
No lo he encontrado, pero en la búsqueda me he topado con otros dos libros –Valladolid dibujado, y Valladolid siglo XXI- en los que queda patente el decisivo papel de los iconos de cada etapa histórica para configurar la personalidad de una ciudad. Y, lo que es más importante a mi modo de ver, la necesidad de los grandes espacios públicos para devolver a Valladolid la anchura de los horizontes castellanos, sacándola de la estrechez umbrosa en que la había sumergido no la sobriedad ni la laboriosidad, sino la avaricia de la especulación.

En Valladolid siglo XXI, una frase de Javier Arribas Rodríguez define bien la actitud positiva necesaria en todos los tiempos, especialmente en los de crisis: "Construir, lo que fuere, es una tarea necesitada de una ilusión capaz de superar dificultades con el fin de hacer realidad el proyecto de una idea engendrada con sensatez sin renunciar, al tiempo, a una punta de audacia".

domingo, 18 de diciembre de 2011

La vida al tresbolillo

Ni mi compañero de compartimento ni yo nos hemos animado a ensuciarnos las manos colgando las bicis en los ganchos dispuestos al efecto en un extremo del vagón. Tratándose de un viaje tan breve -apenas cuarenta minutos-, he preferido realizar el trayecto sentada en las escalerillas anejas al maletero, vigilando que la pata de cabra no fallase en una curva o en algún frenazo.

Desde este asiento a ras de suelo, veo al Pisuerga acercarse y perderse en los meandros que dibuja desde Dueñas a Venta de Baños, y, entre bucle y bucle del agua, me dejo hipnotizar por la simetría giratoria de unas choperas plantadas al tresbolillo. Se me antoja que son el reflejo exacto de mi vida en estas últimas semanas, una de esas ocasiones en que la jornada se impone como una secuencia de tres tareas, largas e intensas, idénticas cada día y sin recesos entre ellas. Suele ocurrir cuando debemos encerrarnos a terminar un trabajo de entrega inminente, o cuando el ingreso hospitalario de un familiar nos lleva a consumir noches o tardes enteras en una habitación saturada de calor, angustia y un poco de esperanza. En esas circunstancias, la bici es una compañera insuperable que convierte la rápida transición entre los tres escenarios de cada día en un improvisado recreo, y nos permite apresar el aire y la luz de esas ráfagas de realidad que desfilan delante de nuestros ojos como algo ajeno que se escapa a velocidad creciente.

Izquierda, Rodrígez Cabello, director de Bioforge. Derecha, Carlos Vaquero, Cirugía Vascular del Clínico. Centro, imágenes de un hueso sano y de un hueso afectado por osteoporosis (fotos Dicyt)
La lucha por la vida entre el laboratorio y los quirófanos

Entre esos destellos, el subconsciente selecciona los relacionados con lo que estamos viviendo. Y así, mientras pedaleo por una calle Mayor de Palencia vacía a las tres y media de la tarde -todos los escaparates brillando solo para mis ojos, y el suelo inmaculado hecho alfombra de fiesta para mis ruedas-, la cabeza se me va a las noticias que acabo de leer, y se me llena de agradecimiento hacia las personas que aportan avances en la lucha contra las enfermedades: Carlos Vaquero, jefe de Cirugía Vascular del Hospital Clínico, que hace unos días retransmitió, como parte de un simposio científico internacional, dos operaciones de cirugía endovascular, con técnicas pioneras que acortan muchísimo la duración de intervenciones complicadas, reducen el riesgo y hacen mucho más sencilla la recuperación del paciente; José Carlos Rodríguez Cabello y todo su equipo de Bioforge, que están desarrollando un material bioactivo –dentro de un proyecto europeo en el que participan científicos y empresas de ocho países- para producir implantes que permitirán la reconstrucción de huesos sanos en zonas dañadas por osteoporosis o por lesiones traumáticas; y toda la legión de médicos, enfermeros, pilotos de avión y de helicópteros, personal de aeropuertos y  de protección civil que hicieron posible, en un nuevo record de trasplantes, que la generosidad de 39 familias y donantes se haya convertido en vida para 94 personas.

La vida es música

Al finalizar la tarde, el panorama de la calle Mayor palentina ha cambiado por completo: a duras penas puedo abrirme paso, con la bici de la mano, entre la riada de gente que se ha reunido para contemplar la inauguración de las luces navideñas. Logro llegar hasta la estación de trenes, para comenzar otro trayecto que marca el límite hacia nuevos días de encierro -esta vez musical, de ensayos y actuaciones- en el auditorio de León y en el de Valladolid, donde más de doscientas voces hemos intentado convertirnos en una sola, cantando música de películas para recaudar fondos destinados a la ong Harambee, que financiará varios microproyectos de la Strathmore University, de Kenia, destinados a aliviar la situación de miles de personas emigradas a Kenia desde el cuerno de África, y a formar 350 maestros, ya que en esos entornos las escuelas son auténticos oasis de salvación e integración para los niños.

También ahora el enfoque selectivo de mi atención gira, sin que yo me dé cuenta, hacia la presencia de la música en la ciudad: desde el acordeonista callejero del túnel de Arco de Ladrillo, que acompaña casi a diario mi pedaleo por puente Colgante, pasando por el badoneón y el violín de los argentinos Tito Cartechini y Santiago Kuschevatzky (en las IX Jornadas del Acordeón "Ciudad de Valladolid"), hasta el concierto de Ángel Huidobro en la sala Delibes del Calderón cerrando el ciclo del bicentenario de Liszt. Sin olvidar la presentación del disco "Nazareno" grabado en el Auditorio Miguel Delibes por las hermanas Labéque y la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, bajo la dirección de Miguel Harth Bedoya y con el sello de la Deutsche Grammophon.

El revoloteo de la normalidad

Esta mañana, al retomar el ritmo de la vida normal, con el cansancio del poco sueño en las piernas y la borrachera en la cabeza de dos semanas tan intensas, la vista se fija en un pajarillo de cola larga y negra con dos manchas blancas en el plumaje, que revoloteaba delante de mí, como marcándome el camino. Se me adelantaba en cada volido y me esperaba posado en una ramita del seto que bordea el carril bici, para volver a escaparse con un zig-zag juguetón –qué lenta vas, colegota-, y a esperarme unos metros más allá.

Siguiendo con la mirada las piruetas del pájaro, mis pensamientos regresan a la variedad de la vida cotidiana: me pregunto cuál será la "firma importante" que el alcalde de Arroyo anuncia bajo el chaparrón de inauguración de los accesos a Ikea; y cómo será el final de la historia de la zona de La Antigua: ¿aparcamiento subterráneo o parque arqueológico?

viernes, 25 de noviembre de 2011

Mañana de ira, llave de radios y noche de paz

Pequeñas y continuas gotas de lluvia me iban cubriendo el casco de perlas efímeras, que se deshacían y resbalaban por la punta de su visera hasta mi nariz, donde yo las soplaba por verlas saltar al ritmo del pedaleo. Otra parte del sirimiri caía sobre los surcos de mi pantalón de pana, y, a su través, me iba calando la piel y enfriando los huesos. Y, desde el carril bici, las gotas sucias de la cuneta se unían a sus compañeras paracaidistas con grandes salpicones de júbilo cada vez que mis ruedas surcaban uno de los muchos charcos del camino.

Seca y a salvo en casa, la lluvia quedó confinada al otro lado de los cristales, pero aun desde allí sentía su llamada hipnótica, que iba sembrando de melancolía mis pensamientos. Esa tarde –como me ha ocurrido casi siempre cuando llegan las lluvias del otoño- la dediqué a hacer mermelada con las últimas manzanas de la cosecha de septiembre y, a continuación, me dio por ponerme con los radios de la bici, imposible (hasta ahora) tentativa de lograr el equilibrio de las ruedas deformadas con el juego del tensa y afloja.


Equilibrio y perfección

Y es que la llave de los radios, desde que me enseñó a usarla uno de mis hermanos, siempre ha sido para mí un reto –juro, cual Escarlata O'Hara, que acabaré distinguiendo qué radios hacen par y cómo influye en el resto el aflojar o el tensar uno de ellos- y un símbolo de la vida entera de las personas y de las sociedades. Solo con la paciencia y destreza de muchos años de esfuerzo para tirar de los extremos sin fuerza y para aflojar los que corren peligro de romperse por la tensión es como han llegado a sus grandes logros las personas que esta semana han sido los protagonistas del país: los premios nacionales de literatura dramática (José Ramón Fernández), poesía (Francisca Aguirre), novela infantil y juvenil (Maite Carranza), narrativa (Marcos Giralt Torrente), historia (Isabel Burdiel) o traducción (Selma Ancira y Olivia de Miguel). La misma Alicia Alonso, mito viviente de la danza que ayer y anteayer ha estado en Valladolid, atribuye a ese mismo equilibrio, ensayado una y otra vez hasta la perfección, la sinceridad y belleza de la danza.

Pero también en las sociedades, si supiéramos –y quisiéramos- usar el completo sistema de radios y llanta (las leyes) que sostienen la rueda de las instituciones democráticas, no dejaríamos que se deformasen las relaciones entre parlamentos, gobiernos y tribunales de justicia, entre patronos y obreros, entre empresas y sindicatos, hasta provocar el surgimiento, cada cierto número de años, de generaciones indignadas que quieren barrer de la faz de cada país la basura maloliente de la corrupción, confiando en un supuesto poder catártico de las mil revoluciones que parirían personas honradas y generosas, redimidas por estructuras más humanas... para descubrir, treinta años más tarde, que también ellos han vuelto a descuidar el equilibrio y tienen la rueda tan deformada como la anterior.

El silencio del espanto y el silencio de la paz

De todas estas consideraciones me sacó el lunes la llegada de una compañera que se había encontrado, en el camino hacia el trabajo, con la policía tapando el cadáver del hombre asesinado en la calle Nicasio Pérez. El sinsentido de una muerte violenta, la rabia y la impotencia de saber que es irreversible, que nadie, por mucho poder que tenga, es capaz de devolver la vida a esa persona para que pueda volver a entrar en su coche y retomar su vida de esa mañana y regresar a la tarde con su familia, deja en suspenso muchos mecanismos de la cabeza y del corazón, paralizados por un espanto que tiñe todo lo que me encuentro: en la galería Caracol, entre las ciudades de soledad y ruina de Gaspar Francés, y desde un cuadro diminuto, cuatro turbinas eólicas muestran sus aspas afiladas como siniestra amenaza que se extiende por nuestros campos. Y en cada uno de los retratos de Ostern en la exposición "Oval" solo veo el ojo de una persona, pidiendo auxilio para ser rescatada de sucumbir engullida por un amasijo de escombros uniformes de color ocre que le roban el alma. Sin embargo, la música de John Cage que acompaña la exposición –mientras la visito suena "But what about the noise...?"- me anuncia, con su extraña mezcla de ruidos y calma, la reacción de mi instinto de supervivencia (¿y de olvido?).

Foto de Ostern en el folleto de la exposición "Oval"
Así fue. El martes, volviendo a casa ya muy de noche (eran solo las nueve), después de un largo día de lluvia y trabajo, tomó posesión del carril bici un silencio húmedo y blando que absorbía el ruido de los coches, el humo de sus tubos de escape y todo rastro de actividad. Hubiera querido que mi casa estuviera a treinta kilómetros –y no a cinco- de mi trabajo, para seguir impregnándome de la paz que transía la oscuridad.

martes, 15 de noviembre de 2011

Historias de mujeres en noviembre

 El martes volví a casa pedaleando a toda pastilla, comí en un visto y no visto y llegué a la puerta del teatro Zorrilla tres minutos antes de las cinco de la tarde, pensando que ya no encontraría sitio para ver actuar a cinco de los diez seleccionados en la segunda fase del premio Frechilla-Zuloaga. La realidad es que, aparte de los cinco miembros del Jurado, estábamos en la sala unas doce personas, a las que la suerte quiso regalarnos que la primera en actuar esa tarde fuera Marina Goshkieva, la rusa que iba a alzarse como ganadora de esta décima edición. Como no soy ninguna experta en música, desconozco si fue el acierto en la elección de las obras o su maestría y sentimiento al interpretarlas lo que me hizo disfrutar en grande y pensar: si esta no gana, ¿cómo tocará el campeón?

Marina Goshkieva en el folleto del Premio Frechilla-Zuloaga

Marina Goshkieva y el rey de los elfos

Me apunté el nombre de la obra que más me había emocionado (Erlkönig, de Schubert y Liszt) y pude comprender mejor la tristeza que transmitía cuando leí el poema de Goethe sobre el que Schubert compuso su lied para canto y piano, y Liszt escribió la versión para piano solo; una historia triste, basada en una antigua leyenda danesa, en la que el rey de los Elfos (el Erlkönig) persigue a un padre y su hijo que vuelven a casa cabalgando en una noche cerrada. El hijo ve y oye al rey de los elfos (que le susurra promesas de belleza, bienestar y riqueza para que se vaya con él), pero el padre no, e intenta serenarle diciendo que lo que ha visto es una ráfaga de niebla y lo que ha oído es el silbido del viento entre los árboles. A punto de llegar, el hijo grita porque nota que el rey elfo le ha herido; el padre desmonta y entra rápidamente en la granja llevando en brazos a su hijo, que ya está muerto.

Julie Andrews y la amiga de Puri

Al día siguiente, le conté la historia del Erlkönig a mi amiga Puri, que se cruza muchas tardes conmigo, aunque a veces no me dice nada por miedo a que me caiga de la bici si me vuelvo a mirarla. Puri canta en la Coral Támbara, que está preparando, junto con otras cinco corales vallisoletanas, un concierto navideño en el auditorio Miguel Delibes con canciones de las películas musicales más conocidas. Esta semana, cada vez que ensayaba "Climb every mountain", de Sonrisas y Lágrimas, no podía evitar que se le quebrara la voz; y no porque pensara en Julie Andrews y su crisis existencial, sino porque se acordaba de su amiga, a la que tuvieron que adelantarle el parto al detectarle un problema de placenta envejecida que ponía en peligro la vida de su hija.

"Nada más sacarle a la niña –me contaba-, que no llegó a pesar kilo y medio, mi amiga tuvo un fallo multiorgánico y se ha pasado dos días entre la vida y la muerte, más cerca del otro barrio que de este. Yo no podía remediarlo, recorría la casa como gato enjaulado, con el puño crispado en alto –a veces golpeando la pared-, cantando y gritando un verso de las contraltos en esa canción: ¡lucha y no te rindas!, ¡lucha y no te rindas!, ¡lucha y no te rindas! Hasta quedarme ronca".

El caleidoscopio de noviembre en Valladolid

Y creo que todo lo que ha pasado luego en Valladolid ha sido una respuesta al grito de guerra de Puri, hija de minero asturiano. Se han reunido aquí cocineros jóvenes de mogollón de países para preparar los mejores pinchos, entre los que ha ganado una tapa envuelta en un insólito periódico comestible lleno de buenas noticias. Los criminólogos se han acercado hasta el Museo de la Ciencia para recomendar a los malos que dejen de delinquir, que los van a pillar a todos. Los científicos salen de sus laboratorios para contarle a la gente lo que inventan para mejorar la vida y el ambiente. Renault hace planes para reformar sus instalaciones porque pronto empezará a fabricar un nuevo modelo.

Vamos, que el caleidoscopio de actividades culturales, científicas, sociales y empresariales que es Valladolid en noviembre ha aunado su voz para transmitir a Amiga madre y Amiga hija el impulso que necesitaban para responder al tratamiento de los médicos y empezar el camino de la recuperación. Y yo me he copiado todas estas buenas noticias (para releerlas en momentos de bajón) en un pincho USB que me han regalado los del Nissan Leaf por acercarme a probar su coche cien por cien eléctrico.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Cementerios, luces, sombras y microcréditos


Avanzaban miles de personas por la calle central del cementerio, cargados de rosas, claveles, gladiolos y crisantemos, en una marcha festiva en la que la muerte, siendo la protagonista, había perdido su aspecto temible y era apenas un pretexto para reunirse. Se saludaban los vecinos y se abrazaban los que llevaban tiempo sin verse, quizás llegados desde ciudades distantes. Un paseo por las calles del centro (Burgos estaba precioso), el aperitivo en una de las cafeterías que hervían de gente, y la comida en familia completaron, como cada año, el rito de la fiesta de todos los Santos, en la que el recuerdo de los muertos se ha vuelto dulce de venta en pastelerías.

Antes de coger el coche para volver a Valladolid, dimos una vuelta por la inmensa plaza peatonal junto al Arlanzón en la que se ha edificado el Museo de la Evolución Humana. Y allí, mientras observábamos las orillas del río transfiguradas por el color del otoño en los árboles, nos encontramos con la otra cara de la moneda: todos los miembros de una familia amiga, haciendo compañía a la hermana mayor y a su hijo, a los que una leucemia galopante les arrebató marido y padre hace apenas medio año. Ninguno de los dos ha superado todavía el intenso dolor ni la rabia de la pérdida, quizás porque ambos trabajan a diario en la empresa que dirigía Adrián, y así, también a diario, se les clava en el alma la absurda ausencia de su risa contagiosa.

En el viaje de vuelta, la luz intermitente de la luna, que jugaba al escondite entre jirones de nubes, y los desvaídos destellos señalizadores de unas turbinas eólicas que asomaban por el norte parecían subrayar esa tristeza y reírse de la indigencia de nuestro caminar.


Ese mismo contraste entre fiesta y melancolía, entre la luz del sol y la oscuridad de la noche o de las nubes, me ha acompañado durante toda la semana. Si una mañana pasaba con la bici junto a la Electra y pensaba en el hotel de cinco estrellas que albergará ese edificio –y en los puestos de trabajo que se crearán para atender a tanto lujo y glamour-, por la tarde la pobreza salía a mi encuentro en la noticia de que el Banco de Alimentos ha sufrido una disminución drástica en las donaciones por parte de empresas y entidades. Si la web de la universidad me cuenta que ha estado en Valladolid uno de los mayores expertos europeos en química cuántica colaborando con el equipo del profesor Julio Alfonso Alonso en la investigación sobre nanopartículas, a los pocos días unos laboratorios de química se incendian y dejan una parte de la vieja Facultad de Ciencias como una casa abandonada y oliendo a chamusquina. Y si un periódico nos habla de los logros artísticos de un coro de Valladolid –el "Good News" de Gospel, que ha puesto una pica en Londres-, otro nos cuenta los desmanes que sobre otras obras de arte han perpetrado pandillas de gamberros.

"La industria de la curtiduría", de Mohammed Rakibul Hasan,
en la exposición sobre Microcréditos

Incluso en los seráficos dominios del microcrédito, que ya ha empezado su pacífica invasión de las salas de exposiciones de la ciudad, como antesala de la macrocumbre que empezará el día 14 en Valladolid, también se pelean las luces de la esperanza (a muchos desheredados y parias los microcréditos les han permitido romper el círculo de la pobreza) con las tinieblas de algunos usureros, que vuelven a soldar, con los intereses abusivos, las cadenas de la pobreza que habían roto con el capital prestado. Nos lo avisaba mi padre desde pequeñitos, cuando entraba en un sitio muy oscuro: "Esto está más negro que la conciencia de un prestamista". Ojalá muchos Muhammad Yunus lograsen anular la vigencia de ese dicho popular.

viernes, 28 de octubre de 2011

Viento en contra, decálogos empresariales y canciones sefardíes

Cumpliendo escrupulosamente las previsiones meteorológicas, el viernes comenzaron a bajar las temperaturas y el sábado despertó el horizonte bajo una sábana de nubes que anacaraba la luz fría del sol de otoño. Así que, antes de que llegasen puntuales las lluvias prometidas, me lancé a la calle –junto a los otros cincuenta mil vecinos que tuvieron la misma idea- a comprar los zapatos gorila (y unas gafas nuevas, y la lotería de navidad de la empresa, y caramelos para la garganta) con los que afrontar una temporada invernal que, curiosamente, comenzaba con viento sur, al que yo tenía catalogado como propio de las tormentas de verano.

Contra ese viento me ha tocado luchar los últimos días en la vuelta a casa, bajando un punto la marcha de la bici, cargando los hombros y haciendo polea con la cintura para encauzar la fuerza del cuerpo hacia las piernas y así no perder el ritmo del pedaleo. Quizás ese esfuerzo es el que me ha hecho percibir los acontecimientos de la semana en clave de pelea contra la adversidad. No solo las noticias que ya llevaban este sello en sí mismas, como las declaraciones de Isak Andic en el congreso de Empresa Familiar, proponiendo al futuro gobierno una hoja de ruta para combatir la crisis; o las tablas de diez mandamientos que José Rolando Álvarez, cual moisés contemporáneo, ofrecía el lunes a los jefes de su pueblo para salir airosos de la travesía por el desierto. También los demás sucedidos, incluidos los que parecían logros o buenas nuevas, los he visto con ese tinte épico de batalla de incierta fortuna.

Así, cuando Víctor Morlán, secretario de Estado de Planificación e Infraestructuras, se pasaba el miércoles por Valladolid para presentar el Corredor Atlántico de Transporte, me venía a la memoria la frustración que para las aspiraciones ferroviarias de nuestra ciudad significó la concesión a León del Centro de Control de la Alta Velocidad. Ahora, nuestra inclusión en este eje prioritario europeo supondrá una oportunidad de inversiones y desarrollo, pero antes nos tocará trabajar dos veces en las vías de conexión con los talleres: una, ahora, para conectarlos mediante los siete kilómetros de vía de tres hilos que comenzará a construirse en los próximos días (o meses); y otra, antes de dos mil veinte, para reconvertir esas vías a los anchos previstos en el corredor atlántico.

La llama eternamente perpetua y la excelencia internacional global

El mismo aire de lucha fatigosa percibo en la aparentemente feliz concesión a la Universidad de Valladolid de un campus de excelencia internacional, que me trae a la memoria un episodio de "Canción triste de Hill Street". El sargento Mick Belker (Bruce Weitz) ha visitado la tumba de su padre y vuelve disgustado porque se ha apagado la "llama perpetua" que había contratado con la funeraria para que ardiese constantemente sobre la lápida como símbolo de su cariño. Hace una reclamación, pero le contestan que la única llama con garantía anti-apagado no era la "perpetua" sino la "eternamente perpetua". Y se me antoja que la llama perpetua es la excelencia internacional "regional" (sigue trabajando así, majete, y a lo mejor llegas a conseguir el objetivo), mientras te dejan a un palmo de la verdadera ("global") excelencia internacional.


Sin embargo, bienvenido sea el préstamo de cinco millones de euros adjudicado al proyecto "Los horizontes del hombre" de las universidades de Burgos, León y Valladolid, que permitirá a la UVa realizar con Renault desarrollos importantes en las tecnologías del coche eléctrico y de otras alternativas para la movilidad de personas y mercancías con energías sostenibles.

Héroes, tumbas y canciones

Aunque, ahora que lo pienso, a lo mejor no fue la pugna contra el viento la que puso en estos días el aspecto heroico de las odiseas, sino el comienzo de la semana con dos acontecimientos singulares: el homenaje del Ayuntamiento a Red Hugh O'Donnell en el callejón de San Francisco (cerca de donde quizás está la tumba de este héroe  irlandés que murió en Simancas mientras viajaba a la corte vallisoletana para pedir a Felipe III apoyo para una nueva revuelta irlandesa contra la corona inglesa);  y la presentación de "Cantares de Tetuán", el nuevo disco con el que Joaquín Díaz y el Quarteto de Urueña recuperan trece canciones del romancero sefardí del norte de Marruecos, en las que se cuentan las gestas heroicas de Bernardo del Carpio, así como las cuitas amorosas y las intrigas palaciegas que todo cancionero ofrece para acompañar nuestros otoños e inviernos al calor de la lumbre.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Electrolineras, jardines y rostros en la luna

"Esto está chupado", pensé a la velocidad de la luz mientras esperaba los cuarenta nanosegundos que Google suele tardar en encontrarme tropocientos mil resultados satisfactorios. Pero esta vez la búsqueda "electrolineras en Valladolid" no produjo más que un escuálido racimo de declaraciones de políticos, una docena de blogs ecologistas con dos fotos del mismo punto de recarga, y un par de mapas interactivos que solo rastreaban tres de las treinta y cuatro recargadoras de coches eléctricos que dicen que existen en la ciudad. Y eso que fue en Valladolid donde se diseñó y fabricó Merlyn, la primera electrolinera de España.





Como no me desanimo fácilmente, una búsqueda indirecta me llevó a la web de la Agencia de Innovación y Desarrollo, en la que un buen localizador me situó, con calle y número exacto, 17 electrolineras. Me acerqué a la de la Plaza del Milenio y me hizo pensar que diecisiete es igual a treinta y cuatro, porque van por pares, como los mellizos. Pero no es así: en el Museo de la Ciencia solo hay una, lo mismo que en el aparcamiento de la Consejería de Educación, y en el de El Corte Inglés solo existe un bonito cartel en la pared indicando su ubicación... futura. Sin embargo, a pesar de no haber encontrado las treinta y cuatro, sí creo que estos postecillos con enchufe son el germen de un movimiento creciente, en el que, por el bien de esta tierra que ya habitan nuestros hijos, muchos seguiremos el ejemplo de Roberto San José, el taxista pionero que ha comprado el primer coche eléctrico que anda por Valladolid, y recargaremos el buga cada noche, igual que hacemos con la batería del móvil, la del portátil o las pilas de los faros de la bici.

Jardines, glamour y política

El color verde bucólico del cartel del coche eléctrico en el parking (antes de escribir parquin, me amputo el teclado) de El Corte Inglés se me había quedado enganchado en el subconsciente, y, mientras escuchaba el crujidito que hacían mis pedales al volver a casa (que no se me olvide mañana engrasar la cadena y revisar los eslabones), supe de repente por qué: me recordaba a las fotos que estos días han poblado el paisaje de nuestras noticias, ubicadas en la Arcadia feliz de cinco estrellas de los jardines del hotel A.C. Santa Ana.

Por allí, hollando con egregias sandalias y zapatos el césped inmaculado, han paseado los participantes en el foro de cultura que arropó a Azar Nafisi –novelista iraní premio de la Fundación Gabarrón- en su estancia vallisoletana. Por allí mismo, con el césped cepillado y sin las huellas de tres días antes, han paseado y posado, con un templete romántico como telón de fondo,  los números uno del Partido Socialista de Castilla y León en las listas electorales. Y los habitantes del país de la crisis reinante nos hemos preguntado si esas sonrisas digitales –presenciales no podían ser en tan recoleto y selecto apartado- tenían algo que ver con nosotros, aun correspondiendo a temas que nos interesaban de verdad.

Luna triste y Fernando Pérez Ollo

Dos esquinas antes de mi calle, la luna de verdad –ya no llena, pero igual de sangrante que hace tres noches- se me aparece y llora por la muerte, esta mañana, de Fernando Pérez Ollo, el profesor de Redacción Periodística que nos enseñó, entre el fragor de setenta Olivettis tecleando en clase, a buscar datos debajo de las piedras antes de escribir la primera línea. Esa misma luna resucita en mi recuerdo otras caras de esta semana: la de las cooperantes Montserrat Serra y Blanca Thiebaut, que puede que en estos momentos estén siendo vendidas a los piratas somalíes; la de Larry Burrows, que nos saluda nada más entrar a la Sala de San Benito con el cansancio en los ojos de quien ha visto de cerca el horror de la guerra; la de Alberto Posadas, el vallisoletano Premio Nacional de Música; la de Jorge Díez y César García, que han ganado el premio de proyectos del Parque Científico de la UVa; y la de Fina García Marruz, la casi nonagenaria cubana que se ha alzado con el García Lorca de poesía, y que escribió:

"Si los poemas todos se perdiesen
el fuego seguiría nombrándolos sin fin
limpios de toda escoria, y la eterna poesía
volvería bramando, otra vez, con las albas".

lunes, 10 de octubre de 2011

Medianeras, Diputaciones y otras vecindades

Después de ajustarme el casco y colocar el tanque de agua en su soporte, leí un poco mejor la información sobre la exposición filatélica en la Cúpula del Milenio donde pensaba ver el sello de Delibes, y me di cuenta de que no podía visitarla en ese momento porque los días laborables cerraba al mediodía, así que cambié de planes y continué por el carril bici de la avenida de Salamanca en lugar de coger el ramal del Pisuerga desde la Politécnica. Si entro por Poniente -me dije- y trazo bien el recorrido, en media horita podré localizar todas las paredes medianeras que el Ayuntamiento de Pucela ha decidido decorar para mejorar el paisaje urbano.

No importa mucho si, como dicen algunos, esta iniciativa de embellecer las ciudades pintando en medianeras y rincones comenzó en Bruselas con el concejal Michel Van Roye (1991) y todo el movimiento de la Bande Desinée; o si fue en Berlin, para tapar las costuras de una ciudad que hubo que levantar de sus cenizas y cuya transformación cobró nuevo impulso con la caída -y pintura mural por famosos y desconocidos- del muro en 1989. El caso es que Valladolid toma ahora esta acertada ruta que ya han seguido en España ciudades como Madrid, Barcelona, Valencia o Cartagena, con tratamientos tan dispares como el grafiti, los murales y trampantojos, el jardín vertical o la gigantesca pantalla de led en la Plaza de las Letras de Madrid.

Diputaciones sí, diputaciones no

Mientras observo las hermosas dimensiones y posibilidades de algunas de las medianeras a rehabilitar, sigo dándole vueltas en la cabeza a otra cuestión de vecindades que no puede resolverse con medianeras y que está ahora muy presente en Valladolid (como en toda España): la duplicidad o solapamiento de competencias entre administraciones autonómicas, diputaciones y ayuntamientos.

En medio de la refriega entre un PSOE que propone suprimir las diputaciones provinciales y un PP que responde que el motivo de esa propuesta no es el ahorro ni la coherencia en la articulación del Estado -sino el intento de cargarse unas instituciones en las que no había conseguido situarse-, la Junta de Castilla y León decidió que la mejor defensa era un buen ataque y ha lanzado su órdago de nueva ordenación del territorio desde la base del consenso y la agrupación voluntaria de los municipios.

Pablo Trillo y Jesús Julio Carnero: las dos caras de un ente llamado provincia

Sin embargo, en esta vigorosa apuesta abanderada por el Consejero de la Presidencia, desconcierta la irrupción escénica –aparentemente contradictoria con la defensa de las diputaciones- de un delegado territorial de la Junta en Valladolid que en menos de cuatro meses desde su toma de posesión –como si fuera una reencarnación de Ramiro Ruiz Medrano, o como si estuviera echando una carrera de eficiencia con Jesús Julio Carnero- se ha recorrido villas, pueblos y pedanías reuniéndose con alcaldes para, a cambio de escuchar sus inquietudes –y prometer mediar por ellas ante la Consejería competente-, predicarles el nuevo modelo de ordenación del territorio planeado por la Junta. ¿Cómo quedará en él la articulación de dos figuras tan parecidas, incluso parece ser que tan acercadas intencionadamente hasta en la escenografía?

Procurando no descuidar los frenos ni el cambio de marchas, cruzo los dedos por que nuestros políticos sepan dirigir con sensatez este proceso, que justo se llevará a cabo mientras, acunado por Richard Rogers y por León de la Riva, se toma un receso por la crisis el proyecto llamado a derrocar las dos medianeras más largas de la ciudad: las de un lado y otro de la vía.

lunes, 3 de octubre de 2011

Crisis, luz difusa y Valladolid indio

La luz del atardecer es una de las manifestaciones de la belleza que más emociona. Muchas tardes, al volver a casa, me gustaría parar la bici en mitad de una curva y quedarme contemplando el crepúsculo; a veces lo he hecho, intentando retener en mis ojos y en mi cerebro la fuerza de esa luz que saca a la superficie lo mejor y más cálido de cada realidad, pero siempre la oscuridad y el frío de la noche terminan apagando su huella o debilitando su poder, y dejan en el ánimo el sentido de la fragilidad de todo lo obtenido.

Imagen de la nueva Daily en la cabecera de la web de Iveco
Esto ocurre especialmente en tiempos de crisis. Se detiene uno a contemplar cualquier síntoma positivo de la economía –como pudo ser en esta semana pasada las previsiones de expansión del vallisoletano Grupo Norte o el remonte de la actividad en Iveco por el éxito de la nueva Daily, que permitió reincorporar al trabajo a los últimos despedidos-, y enseguida retorna la incertidumbre con una notificación repentina de la dirección de Iveco sobre cese de la producción para hoy y mañana; sombra que viene a sumarse a la nota inquietante de los despidos en Lauki y a las más amenazadoras estimaciones globales del FMI y del Banco Mundial, que alertaban del peligro de una segunda recesión mundial por la crisis de endeudamiento.

Vaticinios pesimistas y llamadas a la responsabilidad

Raman, Nobel de Física 1930
Sin embargo, hay otra manera de mirar estas mismas cosas. Por eso, Robert Zoellick y Christine Lagarde –dirigentes del Banco Mundial y del FMI- alternan estos días sus vaticinios más pesimistas con sus afirmaciones de que Japón, Estados Unidos y la Unión Europea pueden -y deben- combatir este peligro de recesión mediante la unidad y la colaboración financiera.

Y volviendo al tema de la luz, justo al año siguiente de la gran depresión mundial de 1929, recibió el Premio Nobel de Física el científico indio Chandrasekhara Venkata Raman, con un discurso titulado La dispersión molecular de la luz. El color del mar, en el que relata cómo la contemplación de "la maravillosa opalescencia azul del mar Mediterráneo" le llevó a orientar sus investigaciones hacia el estudio de las leyes que gobiernan la difusión de la luz en los líquidos. Y así descubrió lo que se llamaría la espectroscopia Raman, importantísimo avance en la física mundial.

Fernando Rull en el laboratorio (fotografía cortesía de Dicyt)
El descubrimiento de Sir C.V. Raman se ha hecho especialmente presente estos días en Valladolid -con la entrega del premio de investigación del Consejo Social de la UVa al profesor Fernando Rull por su espectrómetro Raman, que será el instrumento esencial de la misión Exomars de la Agencia Espacial Europea y de la NASA para encontrar vida en Marte-, en unas semanas marcada por la presencia de la India en nuestra ciudad: presentación de libros y películas de autores y directores indios, ciclo de actividades culturales dedicado al 150 aniversario del nacimiento de Rabindranath Tagore, conmemoración del nacimiento de Mahatma Gandhi en el día de la no violencia...

La Casa de la India acerca a Valladolid la figura de Tagore
Lo que daría por tener un buen espectrómetro Raman que proyectase su luz sobre el Museo de Escultura y pudiera informarme de la verdadera naturaleza física y química de la decisión sobre su ampliación y fusión con el Museo de Reproducciones Artísticas. Como no lo tengo, seguiré debatiéndome en la duda.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Campus de la Justicia y cortejo académico


Son las cuatro de la tarde y cae sobre el asfalto un sol de justicia que se ha quedado a vivir en Valladolid ignorando que ayer comenzó el otoño en el calendario. Llego a la calle Mieses (frontera de coches y semáforos entre los barrios de Huerta del Rey y de Girón) y doy la vuelta a la parcela en la que se ubicará el Campus de la Justicia, intentando imaginarme ese espacio dentro de diez años.

Sentado en un banco, a la sombra de los árboles que rodean la residencia Cardenal Marcelo, un anciano me mira, extrañado de mi interés y de mi cámara de fotos. Quizás él no sepa que dentro de cinco días, en el número 45 de la calle San Bernardo de Madrid, se abrirán las plicas de los proyectos que ya se han presentado para elaborar el plan director de este Campus de la Justicia; que lo mismo ocurrirá, con las propuestas económicas de esos proyectos, el día 15 de noviembre; que, si todo sigue los planes previstos, a finales de 2012 se pondrá la primera piedra del edificio o edificios; y que en 2015 (más los retrasos que se vayan acumulando) empezarán a trasladarse a esta explanada de hierbas secas los juzgados que ahora se encuentran esparcidos por Valladolid, cambiando la fisonomía y la vida de este barrio y constituyéndose en un núcleo significativo –ojalá también atractivo- de la ciudad.

Ruedas de prensa y debates ciudadanos jalonarán el largo camino

Pero si mi compañero de contemplación no lo sabe, no tardará mucho en enterarse, porque en cada etapa de ese camino representantes del Ministerio de Justicia, de la Junta, y de la Audiencia y el Ayuntamiento de Valladolid nos recordarán los números de juzgados, salas de vistas e instalaciones complementarias (con sus metros cuadrados correspondientes) que el Campus aportará a la administración de Justicia. Por su parte, arquitectos, urbanistas y asociaciones de vecinos seguirán debatiendo sobre la adecuación o no de los edificios y del diseño de la parcela, sobre si tiene o no sentido construir "ciudades" dentro de las ciudades, y sobre los agravios comparativos entre barrios en el desarrollo urbano

Y, mientras tanto (también antes y después), los ciudadanos seguirán disfrutando la justicia de los jueces justos y sufriendo la prevaricación de los que sean injustos. Porque es claro que unas mejores instalaciones podrán facilitar el trabajo de los funcionarios y aminorar las esperas de los procesos, pero nunca suplirán la honradez y formación de quienes tienen que dedicarse a interpretar las leyes con equidad.

Sabiduría, eficiencia y justicia en la financiación

Pedaleando de vuelta a casa, no sé por qué asociación de ideas me encuentro pensando en la apertura de curso de la Universidad de Valladolid, que ayer –quizás por las obras en el Palacio de Santa Cruz- no contó con el cortejo académico desfilando por la calle Librería entre el Rectorado y el Paraninfo. Se ha echado en falta la presencia multicolor de los birretes de ciencias y letras proclamando que una de las empresas más importantes de la ciudad se dedica, desde hace más de ocho siglos, a perseguir algo tan intangible como el conocimiento; aunque de vez en cuando da frutos tan tangibles como la terapia experimental llevada a cabo por investigadores del IBGM para curar la lumbalgia con células madre, o la presencia por primera vez del área de matemáticas de la UVa entre las cien mejores del mundo en el ranking de Shangai. Quizás lo he asociado con el futuro campus de Girón por el discurso del rector Sacristán pidiendo justicia a una Junta que prometió vincular la financiación de las universidades a la eficiencia de las mismas, pero que ahora castiga a la única que ha sido capaz de racionalizar su gestión económica para no tener que acudir al endeudamiento.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Ser o parecer, esa es la cuestión

No puedo reprimir el rencor que siento hacia el ciclista que me está adelantando en estos momentos. Es un tío viejo –más que yo, que ya es decir-, con una bicicleta de apariencia cutre, vestido fatal (pantalones pirata y una camisa de mangas muy cortas que dejan ver sus brazos tatuados de serpientes y vegetales rocambolescos), con muchos pelos en las piernas y escasos en la cabeza -blancos y mal peinados bajo una gorra más bien sucia-. Hasta imagino percibir un poco de olor a vino además de la música que sale de sus cascos. ¡Y me está pasando a toda pastilla!

Sin embargo, ahora que lo tengo delante, reparo en el psicodélico juego de luces que lleva, situado bajo el sillín (no le falta de nada: piloto, luz de freno e intermitentes) y enganchado por cable a un paquete metálico adosado al cuadro de la bici, del que sale un ruido de chatarra bamboleante al tirar el motor de la cadena y hacer girar el piñón y el plato. ¡Ajá!, con ayuda del vecino...

Liberada del rencor y de la envidia, sigo hacia el trabajo, sumida en una reflexión sobre realidades y apariencias que llevo rumiando varios días y que ha resucitado el ciclista motorizado. Todo empezó con la entrevista que un periódico le hacía  anteayer a Jesús Quijano (mira que me cae bien), en la que afirma que hay que votar a Rubalcaba –en lugar de a Rajoy-, porque tiene una capacidad didáctica y comunicativa excepcional. Sí, ya sé que lo que no se conoce es como si no existe, pero me preocupa ese proceso que se da en muchos políticos, cuyo interés por hacer las cosas bien disminuye a la misma velocidad en la que aumenta su obsesión por contar lo que se está haciendo –o lo que ni siquiera se está haciendo, en el peor de los casos-, fomentada por los profesionales de ese oficio tan pujante que es el de vendedores del traje nuevo del emperador.


Pero, frente a esa feria de las apariencias, también en esta semana de fastos pucelanos me he encontrado con cantidad de realidades: gente que se dedica a hacer las cosas bien, muy bien:

El jueves, Carlos Burguillo, con Tiramisú Teatro (Jesús Cirbián, Manuel Requejo y Vidal Rodríguez en la escena), nos ofrecía en la Sala Borja una representación soberbia de "Arte", de Yasmina Reza, demostración de lo que se puede conseguir cuando se ama el teatro. El domingo, a través del periódico, se despedían de la restauración vallisoletana Julia García y Alejandro Espeso, después de treinta y ocho años ofreciendo una cocina excelente. Ayer mismo, en un calendario más laboral, los estudiantes de ACUP ofrecían, un curso más, el plan de transporte autogestionado Palencia-Valladolid que llevan organizando de forma admirable durante veinticinco años para salud de sus bolsillos y aprovechamiento de su tiempo. Y, ahora que lo pienso, en este momento estará volando hacia México, por encima del océano, un cura joven que el domingo se despedía de Valladolid en la última misa de la tarde pucelana (la de las 21.15, de jesuitas), que últimamente parecía una manifa por la cantidad de gente que se reunía para oírle hablar de cosas tan sencillas como la necesidad de querer a los demás -piensen como piensen y sean del color que sean- con hechos reales.  Como la vida misma.

martes, 6 de septiembre de 2011

Henry Moore, Alián y Boecillo


Muchas noches de este agosto, mientras seguía a la luz de la luna el rastro de la vía láctea desde la carretera de un pueblo perdido y hallado entre Palencia y Burgos, venían a mi cabeza dos imágenes de la exposición de Henry Moore que ha ocupado la sala de Las Francesas durante todo el verano: la de una madre con su hijo en hombros (que ilustraba el folleto de la exposición) y la del cráneo de un elefante.

Ambas imágenes se me habían quedado grabadas en la retina y en el pensamiento como símbolos de dos facetas opuestas de la vida. La madre y el hijo –en las distintas versiones del panel central de la exposición, reflejo de la época en que nació la hija de Henry Moore- me los he encontrado todos los días en ese pueblo, y en los otros dos que me pillaban al alcance de los pedales, en las mil historias sencillas que la gente se cuenta mientras echa la partida en el bar o a las puertas de las casas aprovechando la sombra, o yendo a buscar caracoles tras la tarde de lluvia, o cuando se acompaña a los chavales más pequeños a coger renacuajos en el río.

El cráneo del elefante, por el contrario, se me aparecía como geometría compleja de huesos que se cierran en un todo perfecto pero extraño, armazón de la mente de un monstruo al que no entendemos. Justo como la sociedad globalizada, que intentan explicarla los expertos en crisis financieras o los sociólogos más avezados, pero permanece ajena e inexpugnable a la contemplación, con una apariencia de búnker construido con huesos soldados.

Vuelvo a Valladolid y estas dos imágenes se borran, barridas por el viento helado de las tres muertes de Boecillo, que me traen a la cabeza otras imágenes de desconsuelo contempladas hace mucho tiempo en una exposición del Palacio de Santa Cruz. Con la ayuda de internet, concreto ese recuerdo: era la obra de Alián –Ana Agudo Sánchez-, pintora toledana que retrataba el dolor del mundo en lienzos expresionistas llenos de belleza mientras se iba muriendo con apenas treinta años. Y veo que estas obras han ido a parar a la exposición permanente del museo provincial de Ciudad Real, que este verano ha elegido uno de sus cuadros como obra del mes en el museo: se llama "Ternura azul" y es, nuevamente, una madre con su hijo.

viernes, 29 de julio de 2011

Escuela Internacional de Cocina: piñón pequeño y plato ¿también pequeño?


Hace tiempo que no pedaleaba por ese trozo tan mono de carril bici que comienza en la avenida de Ramón Pradera (al final de la fachada de la Feria de Muestras y de la Cámara de Comercio) y que termina en el cruce con la calle Bálago, junto a una cancha de baloncesto en la que tiran a canasta los chavales del barrio. Apenas doscientos metros de carril que nacen de la nada y en la nada se acaban. Bueno, en la nada ya no acaba, porque ha crecido en esa plazuela un edificio exactito a la maqueta de la Escuela Internacional de Cocina. Tan exacto que casi puedo adivinar cada una de sus aulas y salas de cata a través de los cartones que cubren los ventanales de la fachada.

Lo que no puedo adivinar, a pesar de haberme leído casi todo lo que se cuenta de esa Escuela dedicada a Fernando Pérez, es si logrará su objetivo de situarse en un nivel puntero de la formación de cocineros y de la investigación en gastronomía. Eso que dice todo el rato José Rolando Álvarez: reunir en un centro neurálgico el excelente conocimiento culinario disperso en Castilla y León para convertirlo en impulso del desarrollo, del turismo y del empleo.

Grado oficial, grado de Mondragón y ciclos formativos de Artxanda

Quizás me lo pregunto porque recuerdo perfectamente la insistencia de Fernando Pérez en que la Escuela naciera de la mano de las universidades. Veo que tanto la Cámara de Comercio como el Ayuntamiento -¿y la Junta?- tienen también clara esta conveniencia (incluso la plasman en convenios llenos de buena intención), pero chocan con un escollo grande: la inexistencia en España de un grado universitario oficial dedicado a la gastronomía, lo que permitiría implantar esa titulación en la UVa con una financiación pública comme il faut. Y me da un poco de envidia la chulería con la que salta esa barrera el Basque Culinary Center, apadrinado por la Universidad de Mondragón y por toda la clá de los cocineros vascos, y con las bendiciones urbi et orbe de la ministra giputxi de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, mientras oigo con un poco de tristeza que aquí nos conformaremos con la versión de la Escuela de Artxanda, más próxima a la FP, porque no podemos permitirnos el lujo (la pasta) de contratar profesores que sean doctores universitarios. Es verdad que no somos del mismo Bilbao, pero tampoco es eso.

Cursos de glamour, Máster... ¿y los días de labor?

Sí, ya sé que junto a la formación de grado también se impartirán –de hecho, ya se están impartiendo, y parece que muy bien- numerosos cursos especializados para estudiantes y profesionales de glamour de allende los mares, que dejarán aquí prestigio y parné. Pero no podemos ir a toda pastilla –con el piñón pequeño- en los cursos extraordinarios, mientras dejamos el plato pequeño –la marcha más modestita- para los alumnos "de verdad" (los que harán su carrera a un precio poco módico por necesidades del guión). Espero que antes de que se nos rompa la cadena por llevarla cruzada, pillemos rueda del líder y hasta nos queden fuerzas para meter el plato grande a tiempo (¿quizás con el Máster?) y ganar alguna etapa, como hizo el otro día el gabacho Pierre Rolland en Alpe D'Huez. Suerte, talento y temple les deseo a Moretón y a Álvarez en la elección de profesores y en la confección del plan de estudios.

lunes, 18 de julio de 2011

El despertar de una mañana de verano

Examino atentamente el manillar de la bici y pienso en alguna bandera pequeñita que pudiera enganchar en el espacio vacío entre el timbre y la palanca del cambio de piñón; porque esta mañana me siento como Kevin Costner en Bailando con lobos, cuando marcha a trote lento por la pradera, con la sola compañía de un lobo, hacia un poblado de indios desconocidos, a los que intuye buena gente pero con los que no logra entenderse. Yo lo tengo aún peor, porque no sé dónde tienen su poblado los indios a los que me gustaría conocer.

Esta sensación de extrañamiento la debo a la creciente oferta de noches estivales llenas del hechizo de la música, la poesía y el teatro; cebo que yo muerdo inmediatamente porque tengo en el recuerdo noches veraniegas verdaderamente mágicas, entre las que brillan con luz propia el concierto de un cuarteto de cuerda en la cartuja de Miraflores (en los sampedros de Burgos de hace infinitos años), una representación al aire libre (Exeter, julio de 2000) de El sueño de una noche de verano, y un concierto de Georges Moustaki, al año siguiente, en La Rochelle.

Sin embargo, detrás de las presentaciones bien redactadas y mejor maquetadas en los folletos de algunos festivales se encuentran, juntas y revueltas, genialidades auténticas con amputaciones (versiones, dicen algunos) mediocres de obras clásicas que dejan en el ánimo un frío como el relente de la madrugada. De forma que, al despertar, una resaca de frustración me señala, morbosa, el tacto viscoso de lo mediocre en reportajes tísicos de datos y fofos de adjetivos, en la poesía barata dedicada a los políticos que estrenan nuevos mandatos (mejor merecieran crítica seria y respetuosa que apologías vacuas o insultos ensañados) o en el éxito amañado de superventas cutres.

Por eso salgo en busca del poblado donde viven esos nobles sioux que -en peligro de extinción, me dice mi pesimismo- se dedican a perseguir un sueño con la constancia y el perfeccionismo de un monje copista. Encuentro algunas pistas en periódicos (como el caso de Rocío Prieto, la joven vallisoletana que hizo la carrera de Matemáticas para estudiar a las ballenas) y en blogs (ahí me topé con Carmen, Marisa y Nieves, una enfermera y dos médicas, también de Valladolid, que dedican sus vacaciones a trabajar en Mocuba, Mozambique, con los niños que más lo necesitan). Tengo que mercarme una bandera digna de la expedición.