jueves, 19 de julio de 2012

Adelfas, coros y solistas en la ciudad inteligente


Comenzaron adornando mis idas y venidas como esos ramitos de flores que bordean los bancos de las iglesias en las Primeras Comuniones, pero pronto me di cuenta de que estaban por todas partes: en los setos de la avenida de Salamanca, en el paseo de Isabel la Católica, en la mediana de la avenida de Zamora desde Parquesol hasta Pinar de Jalón, en el Paseo de Zorrilla, en los parques de Villa del Prado, en los jardines de las casas particulares, y hasta en la entrada de una tienda de muebles en los confines del polígono de San Cristóbal, entremezcladas con un grupo de rosales. Primero las descubres a la altura de tus caderas y de tus hombros, pero más tarde se te plantan en el flequillo cayendo desde los árboles que flanquean el carril bici. Así que, antes de obsesionarme con las adelfas como si fueran pájaros de Hitchcock, decidí saber un poco más sobre esa planta que alegra con el color de sus flores y la frescura de sus hojas nuestros julios ciudadanos.

Anécdotas o leyendas aparte, me inquietó pensar que tenemos en nuestros jardines la amenaza de un potente veneno, en bastantes ocasiones a pocos pasos de los parques donde juegan niños pequeños, sin que quizá sus padres, abuelos o cuidadores conozcan el peligro de las plantas a las que los chavales pueden echar mano o llevarse a la boca.

 

Si es cierto que no vendría mal un poco más de prudencia (no poner adelfas junto a los espacios de juegos intantiles) o de información –o ambas cosas-, no pude evitar pensar que las adelfas son como un símbolo exacto de las mil circunstancias que rodean nuestra vida, todas ellas llenas de oportunidades y de peligros –la tecnología, el dinero, la diversión, el alcohol, y sobre todo el poder-, para cuyo disfrute sin perecer en el intento nos prepararon nuestros padres y preparamos a nuestros hijos con el solo bagaje del sentido común, el amor y la coherencia personal, aunque en muchas ocasiones les faltara y nos falte cantidad de conocimientos. Bien es verdad que durante la infancia estos conocimientos se suplían, a veces, con una sabiduría popular chusca, que te alejaba de la tentación de comer hojas de adelfa o de cualquier otra planta por la vía de la burla más primaria: "chaval, ¿tú eres tonto o comes flores?". Y punto.

Alterum Cor, Natalia Korchagina y Pablo Palazuelo

A la sombra de una adelfa esperaba yo el jueves a mi amigo Raul, que estaba probando un Twizy y me iba a dejar dar una vuelta. Le agradecía mucho la oportunidad, porque justo unos días antes había visto como el alcalde de Valladolid paseaba en Twizy a sus colegas de Lugo, Cáceres, Huesca o Santander, en un encuentro de ciudades inteligentes; y me decía yo que sí, que esa inteligencia del aprovechamiento de energía va siendo hora de que se ponga de moda en todos los cascos urbanos, de aquí a Sebastopol.

Fotografía tomada de la web del Festival de Salzburgo

Alterum Cor, ganadores del Certamen de San Vicente
de la Barquera, en una foto del Diario Montañés
Y fue en esa espera cuando me enteré, por un par de periódicos, de que Natalia Korchagina, una magnífica soprano rusa afincada en Valladolid desde hace años, había sido seleccionada para el Festival de Salzburgo (esta misma tarde habrá comenzado su actuación, que culminará el sábado 28 con el gran concierto final dedicado al Ave Maria, en el que los cantantes seleccionados para 2012 interpretarán las versiones del Ave Maria de diecinueve compositores de fama mundial); y de que los diecisiete intrépidos del vallisoletano AlterumCor, dirigidos por Valentín Benavides, habían ganado el Certamen de la Canción Marinera de San Vicente de la Barquera. Y sí, disfruté conduciendo y yendo de paquete en ese híbrido tan original entre moto y coche que es el Twizy –larga vida le dé Dios, y también un par de puertas decentes que nos libren de la lluvia y del viento gélido en el invierno-, pero ya la música había tomado posesión de mis pensamientos y se convertía en filtro de mis observaciones.

Foto tomada del dossier de la
exposición de Pablo Palazuelo
Así, cuando al día siguiente fui a ver la exposición de pintura de la sala de la Pasión –por poco me la pierdo-, pensé que Pablo Palazuelo era el prototipo de un buen solista, siempre profundizando en las proporciones geométricas como origen de la belleza, siempre buscando la perfección en el cruce de caminos entre el misticismo oriental y la ciencia contemporánea, como la del físico Ilya Prigogine, Premio Nobel de Química 1977 por su investigación en las estructuras disipativas.

Ilya Prigogine, Ernesto Salas y José Vicente de los Mozos

Ilya Prigogine, en su investidura como Doctor Honoris Causa
por la Universidad de Valladolid
A la salida de la exposición, mis manos desataban el candado de la bici del poste informativo de la entrada, pero en mi retina seguía prendido el penúltimo cuadro del recorrido –parecía una sencilla hoja de adelfa, sola en medio del bosque de líneas y laberintos que era toda la muestra-, que me había dado la clave de por qué, a veces, la pintura y la música contemporánea me ponen un poco triste: es como si los artistas, tan ensimismados en el proceso de búsqueda de la belleza, solo quisieran transmitirnos esa lucha por encontrar el esquema perfecto, negándonos el goce sencillo de su ejecución sin explicaciones.

Sin embargo, esa imagen dejó enseguida paso al nombre de Ilya Prigogine, que había pulsado un recuerdo borroso del Paraninfo de la Universidad. Al llegar a casa, los vídeos de la web de la UVA me permitieron concretar ese recuerdo (Ilya Prigogine fue investido Doctor Honoris Causa el 25 de mayo de 1995) y devolvieron mi pensamiento al círculo de las asociaciones de ideas musicales. Porque allí en el Paraninfo, sirviendo de retablo al acto de investidura, estaba el Coro Universitario, algunos de cuyos miembros son precisamente los componentes del coro de cámara Alterum Cor que acaba de triunfar en San Vicente de la Barquera. Era como una representación gráfica de que la universidad, en cualquier ciudad, es su mejor cantera de solistas para la vida; artistas que dominan su melodía hasta el último matiz y que son capaces de conjuntarse con otros solistas que interpretan voces distintas para interpretar una obra maestra.


Ernesto Salas, Miguel Ángel González Rebollo, Marcos Sacristán
y José Vicente de los Mozos, antes de la constitución del
Consejo Social de la UVa. Foto: Carlos Barrena

Quizás por eso me han llamado también la atención estos días otras dos noticias relacionadas con la Universidad: la bienvenida a los 17 estudiantes que investigarán durante ocho semanas en el parque científico de la UVa en la cuarta edición de las Residencias Estivales. Y la constitucióndel nuevo Consejo Social universitario, con su juego de luces y sombras; entre las luces, el gesto de De los Mozos proponiendo la renuncia a las dietas para constituir un fondo de becas. Entre las sombras, su abdicación, antes de empezar, en la nueva figura del vicepresidente, Ernesto Salas Hernández. Dan ganas de comprarse el libro de relatos "Recuentos", con el que Salas ganó la edición 2005 del Premio de Narrativa Ciudad de Alcalá, para intentar adivinar su talante y sus inquietudes. Si será de los que propician las mejores condiciones para que se formen los protagonistas de la ciudad inteligente; o si seguirá la corriente –ojalá obsoleta- de convertir a todos los cantantes en gestores de conciertos por encima de los conocimientos y del dominio de su propia voz.