miércoles, 24 de julio de 2013

Tres tiendas y una bicicleta (solidaria)

Fotografía de la exposición "El ocaso del imperio"
Sí, ya sé que la ley de los grandes números no se ocupa de cantidades tan pequeñas como el dos y el tres, pero el impulso que guía mis pedaladas en el final de esta tarde no tiene mucho que ver con la teoría de la probabilidad, sino con el convencimiento primario de que "a la tercera va la vencida" y con el mero afán de probarme a mí misma que el destino no tiene ningún contubernio contra mi felicidad -qué trágica y solemne me estoy poniendo-, ni siquiera contra mi empe(¿cinamiento?)ño en procurarme un pequeño disfrute después de una tarde intensa de trabajo y antes de retirarme al descanso uniforme del sueño en esta vida de vacas estabuladas en que a veces se convierte la rutina.

Así que después de sendos fracasos al intentar visitar los "Pinares castellanos" de Marcos Isamat en la Fundación Segundo y Santiago Montes (así me entero de que esta sala solo abre los fines de semana) y al llegar a la biblioteca de Filosofía y Letras un minuto después de que hayan cerrado –curiosamente empezaba hoy su nuevo horario de verano-, apuro  la marcha de la bici cambiando a un piñón más pequeño y me llego hasta la sala de exposiciones del Teatro Calderón; el desafío es grande, porque ya son las nueve y cinco de la noche, pero allí está el guiño de la buena suerte esperándome nada más tomar la curva de la calle Angustias a Leopoldo Cano: la puerta está abierta de par en par, y la luz, que seguirá encendida hasta las nueve y media, ilumina para mí –soy la espectadora solitaria de última hora- esos rostros y paisajes en los que Kapuscinski buscaba aprehender la realidad del imperio ruso desmoronándose y perseguir a una historia que él percibía como furtiva, escapándosele de las manos.

Ryszard Kapuscinski (fotografía tomada
del dossier de la exposición)

Un olivo y un pañuelo de seda al viento

Con la distancia se gana perspectiva: lo del otro día, más que empeño o empecinamiento, era un intento de paliar la frustración por no haberme construido a tiempo las tres bíblicas tiendas para quedarme a vivir, por ejemplo, en la placita junto al puente de la tía Juliana, rincón bucólico de Valladolid que he conocido gracias a la celebración del centenario del nuevo trazado de la Esgueva -allí disfruté una mañana de domingo con la narración de José Manuel de la Huerga, que, a modo de juglar, nos adelantó las primicias de su próxima novela, y, dos domingos después, de la poesía de Olvido García Valdés-; o para instalarme una temporadita entre las esculturas de Venancio Blanco -a la sombra del hormigón (blanco) de las Cortes-, en una de las exposiciones más bonitas  y amables que recuerdo, en la que los textos impresos en los paneles y un audiovisual breve y magnífico ayudan a comprender y disfrutar la transfiguración que en el acero corten, en el bronce o en la madera han operado la mirada y las manos de este artista excepcional, grande.

José Manuel de la Huerga en la plaza
junto al puente de la tía Juliana

Exposición "El espíritu de Castilla y León en la obra
de Venancio Blanco"



Pero el caso es que una tarde tuve que ir a comprar la cinta con la que luego arreglé la persiana del cuarto de estar; otra tarde la destiné a la peluquería para evitar la crueldad mañanera del espejo con mis canas; otra, a comprarme unas sandalias y un par de blusas; una más, a llevar los edredones a la tintorería; y así hasta ciento, perdiendo la oportunidad de dedicarme a esa vida contemplativa de la belleza a la que me sentí llamada bajo el olivo del puente de la tía Juliana, mientras una brisa leve rizaba el pañuelo de seda que vestía la mesa sobre la que la voz de Olvido acariciaba las palabras mágicas de su libro y las hacía volar hasta tomar posesión de nuestros corazones embriagándolos con una mezcla de dulzura y tristeza. Por tanto, he tenido que quedarme a vivir a la intemperie de política y de incertidumbre que nos asalta cada mañana desde las páginas de los periódicos, intentando convencerme de que quizás lo mío no sea la mística sino la ascética.

Olvido García Valdés



La soledad de Metales Extruidos y la ascética del periodismo comprometido

Así me lo confirma el canto estridente de las chicharras, único sonido que acompaña mi pedaleo por la calle Kilimanjaro, de Pinar de Jalón, a las tres y media de esta tarde de calor inmisericorde en la que he decidido averiguar dónde se encuentra Metales Extruidos ante la ubicación incorrecta de los mapas de Google al respecto –extraña excepción en esta utilísima aplicación de información geográfica-.


Después de atravesar bajo la VA-30 por un camino de barro, me encuentro en el ilocalizable polígono industrial de Jalón, solo poblado por farolas comunicadas entre sí por calles dedicadas a los parques naturales (Monfragüe, Oyambre, la Laguna Negra, los Montes Obarenes o Somiedo), en las que alguna banda de cacos chatarreros ha arrancado las tapas de todas las alcantarillas y bocas de instalaciones, dejando unos cráteres que los vecinos paseantes del Canal del Duero han señalizado con un bosque de ramas secas que acentúa la sensación de abandono. Al fondo de una de estas calles, y apoyando su soledad contra la espalda de la factoría de Fasa, se encuentra la rutilante nueva fábrica de Metales Extruidos, estrenada hace poco menos de cuatro años con el objetivo de aumentar su competitividad, pero que no ha podido con la crisis y que ahora se enfrenta al cierre definitivo al no haber aparecido ningún extrusionador de metales que la devuelva a la vida.

Metales Extruidos, esperando un comprador
que evite el cierre definitivo

Bocas de conducciones sin tapas en el
polígono industrial de Jalón

Ya de regreso en casa, mientras escribo rápidamente a Google Maps y les comunico el error de localización de la fábrica -no vaya a ser que haya alguien interesado en la compra y no sepa dónde encontrarla-, el magín se me va a los 300 trabajadores que pueden unirse a la población creciente de parados; y a los 561 del Grupo Lince que han accedido a ver disminuido su sueldo para no ser despedidos. Y vuelve el pensamiento a Kapuscinski, porque en este momento, en el que el cansancio de la crisis agudiza la náusea ante la panda de listillos glamurosos que se han estado llevando a espuertas el pan de los hijos de mucha gente, cobra especial importancia el papel que este amigo de Heródoto concebía para el periodismo –contar la realidad para ayudar a cambiarla- y que le llevó a recorrer, en el viaje que nos ha narrado la exposición de estos días, más de 60.000 kilómetros para conocer y contar el ocaso de ese imperio llamado Unión Soviética.

Ismael Alonso (foto de Dos Santos para La Razón,
tomada de la web "Pedaladas contra el cáncer")
¡Aúpa, Ismael!

Y también en este momento emociona aún más la hazaña que Ismael Alonso, periodista y ciclista deValladolid, ha comenzado a las cinco de esta madrugada: recorrer de una tacada, sobre los pedales de una bici, los 800 kilómetros del Camino de Santiago para rendir homenaje a su amigo y compañero de rutas ciclistas José Ramón Botellas, que murió de cáncer en 2011; de momento, con los entrenamientos para esta machada ya ha recorrido otros 1.300 kilómetros, con los que ha recaudado 9.000 euros para la Asociación Española Contra el Cáncer. Y nos ha devuelto un poco de esperanza: en el periodismo, en el ciclismo y en la lucha contra tanto cáncer.